Cristóbal Vega Álvarez nació poeta y murió poeta. Yo, Jana la de la niebla (Ana Vega Burgos en el mundo real), su hija, siento que lo más íntimo que puedo hacer por él, para darle una alegría donde quiera que esté, es ir poniendo en este blog, poco a poco, los incontables poemas que fueron el sentido y la justificación de su vida, lo que le hizo vivir hasta los noventa y cuatro años con el alma llena de ilusiones.
Escribir era el estímulo que le impulsaba, la campana que repicaba sobre su corazón para hacerlo latir. Escribir lo salvó de la locura de más de veinte años en prisión, de la desesperanza de perder a su amada, mi madre, Antonia Burgos Béjar, "la escritora campesina" de Villafranca de Córdoba. También hablaré de ella en estas páginas e insertaré algunos escritos suyos; en fin, mi intención es que vuele en estas ondas su recuerdo hasta el fin de los tiempos, hasta que todos volvamos a encontrarnos, como ellos decían, tras la orilla infinita.

martes, 31 de mayo de 2011

HOY, 31 DE MAYO, ES EL ANIVERSARIO DEL DÍA EN QUE PARTIÓ...

...Se fue en pos de la estrella donde su amada le esperaba. Se fue por la mañana, como a él le gustaba, para tener todo el día por delante. Hace tres años hoy; le echo de menos. Si estuviera aquí tomaríamos a mediodía una copita de vino (el Rioja era su favorito) y una tapita. Yo estaría en la cocina, preparando el almuerzo, y él se sentaría allí conmigo y charlaría. Enlazaba un recuerdo con otro, hablaba, reía, alzaba la voz, y a veces yo tenía que decirle: "papi, come, que se te está quedando helada la comida", y él cogía una cucharada y quizá ni se la llevaba a la boca, para seguir hablando.
   Otras tardes veíamos juntos alguna película de las "nuestras": La fiera de mi niña, La extraña pareja, Rebelión en las aulas..., o comentábamos algún libro, pero casi siempre él prefería desgranar el rosario de sus recuerdos. Seguramente ya me lo había contado antes, y alguna vez -qué pena- yo me ponía a pensar en otra cosa. Pero ver sus ojos brillar al evocar anécdotas me gustaba, y él se sentía feliz ese ratito diario, y sus mejillas se coloreaban, y cuando se marchaba iba más erguido.

  Cuando mi madre -su Amada- murió, en enero del 97, él se volcó en la poesía. Cada mañana, antes de alborear, subía al "palomar" (una especie de cámara que tenemos en esta vieja casa donde yo nací) y allí, sobre una mesita destartalada, escribía y escribía, sin descanso, sin tregua.
   Era su manera de llorar a gritos.



IN MEMORIAM
SILENCIO... ¡Y SÓLO SILENCIO!

Me busco inútilmente y no me encuentro.
De "aquel" que un día fui, ya sólo quedan
soledad... ¡y silencio!

Ni esta casa es ya mi casa
ni mis sueños son mis sueños.

Del nómada enamorado
de los caminos intrépidos,
apenas si queda nada:
¡la sombra...! ¡Un vago recuerdo!

Un torturado fantasma
que entre ansiedades y anhelos
va siguiendo inútilmente
los ritmos de un viejo verso.

De un verso que se quedó
en las garras prisionero
de vagas sombras que bogan
por los mares de lo eterno...

***
(¡Esta casa no es mi casa
ni estos sueños son mis sueños!)

-¡Amor...! Me busco y te busco
por sendas sin retroceso
de esta noche inacabable
que va devorando el tiempo...

¡Por los mudos escondrijos
del alma y del pensamiento:
con mis locas vehemencias,
con mis palabras sin ecos,
grito y regrito tu nombre
entre lágrimas y besos...!

***

(¡Y es que yo ya no soy yo
ni este tiempo es ya mi tiempo!)

Tú no estás... Y sin ti, ¡ay...!
todo es Nada... ¡Todo es negro!
Sin ti... ¿que importa esta casa
sin el calor de tu cuerpo,
sin la luz de tu mirada,
sin la gracia de tu acento...?

¡Qué importa la vida, cuando
la vida es lo que se ha muerto!

¡QUIERO IR CONTIGO! Al mundo
sin punto final ni tiempo
donde todo sea... ¡NADA!
Silencio... ¡Y SÓLO SILENCIO!


   Cuando se fue, su recuerdo siguió aquí... en cada rincón de la casa, en la abandonada estación de ferrocarril que él tanto amaba (nació en una estación, en El Cuervo, y allí se crió), en las calles de Villafranca, en la mesita donde tomaba café cada mañana, en los parques, en mí, en mi niña y en todos los que le veían pasar cada día con su soledad y sus nostalgias a cuestas.

   Pedro Calleja, el poeta, entrañable amigo, le cantó con sus hermosos versos el exacto adiós de quien lo había conocido ya cuando "no se encontraba".
   Quiero transcribir aquí ese poema que fue un homenaje tan sentido como bello:


CRISTÓBAL

Permíteme, Cristóbal, que yo te robe un verso
que hiciste a Juan Ramón con esa pluma inquieta:
"No llorarle, no ha muerto: ¡no mueren los poetas!".
Y es cierto que no mueren, quedan en su universo.

Que aunque ya para siempre tu máquina esté quieta,
ni tomes tu café en el bar que lo hacías,
aunque no me visites cuando se te ocurría,
Cristóbal, no te has muerto: ¡no mueren los poetas!

Aunque ya no te vea comprando tu diario,
o pasear lentamente con tus años a cuestas,
ni ya me desconciertes con tu vocabulario,
Cristóbal, no te has muerto: ¡no mueren los poetas!

Aunque ya no me abrumes al llamarme poeta,
ni me hagas el honor de llamarme tu amigo,
o perdieras el tiempo dialogando conmigo,
Cristóbal, no te has muerto: ¡no mueren los poetas!

Aunque no me sorprendas con tus bellos poemas
ni vuelvas a halagarme con un libro imponente,
ni volvamos a hablar de apasionantes temas,
cuando quiera encontrarte, yo te hallaré en mi mente.

Porque tú, Cristóbal, no te has muerto:
¡no mueren los poetas!

Villafranca de Córdoba, a 16 de abril de 2009                          Pedro Callejas Barros


   Me cuesta copiar algunos de sus poemas, lo mismo que me costó, en su momento, leerlos. Recuerdo que, egoístamente, me enfadaba con él y le reprochaba: "papaíto, a mí no me enseñes estas poesías porque no puedo leerlas, me pongo a llorar y ya no me controlo...", y no pensaba que él ya había perdido a la que leía cada poema suyo veinte veces. Pero ¡era tan doloroso leer aquellos versos a mi madre! ¡También yo la había perdido! 
   Bueno, ahora voy a leer y a copiar cada uno de aquellos "versos proscritos", y si lloro no importa porque esto sobre lo que escribo no es papel, es un pequeño y sencillo ordenador al que las lágrimas no desdibujan. 



AL PERDERLA
TRAS LA ORILLA INFINITA

Hoy pido por el sol y por la estrella.
Por el trino del ave... Por la flor...
Por el canto alboral del ruiseñor
y el áspero bramar de la centella...

Por la cumbre y el río. Por la huella
que siempre deja el paso del Amor...
Por los pálidos "dones" que el dolor
truecan en luces de esperanza bella...

Por un amor tan pronto sepultado...
Por el final de esta ilusión marchita.
¡POR TANTO SENTIMIENTO MALOGRADO!

¡Ay, quién pudiera... (¡con mi voz proscrita!)
portar mi corazón enamorado
hasta la blanca estrella donde habita...!


   Fueron once años de soledad sin ella, pero aunque ya nunca recobró aquella ilusión de vivir que los caracterizaba cuando estaban juntos, sí disfrutó de muchas cosas: en primer lugar, tuvo la devoción de mi niña, su pequeña Anais, "su consuelito" como decía él. Para ella, Vega era Dios y era Dumbledore, el director de Howard, el colegio de magia de Harry Potter, o sea, que era lo Más, el más fuerte, el más sabio, el que podía conseguirlo todo.
   Tuvo nuevas amistades; las antiguas continuaron a su lado siempre; obtuvo nuevos premios de poesía y de narrativa, publicó libros, continuó leyendo de todo, en fin, su vida siguió pese a él mismo. Pero cuando perdió la vista, entonces sí: se desmoronó.    Mi padre murió porque no quería seguir viviendo y se dejó morir. No fue de enfermedad ni de viejo: murió porque quería morirse ya, porque, aunque le quedaba mucho que hacer, ya no tenía ganas de hacerlo. Tenía derecho al descanso, y quiso descansar.
   

A MI PADRE

Porque quisiste hallar la blanca estrella
donde habitaba tu perdida amada.
Porque en tus noches perseguías su huella
y al despertar la sombra te cercaba.

Porque en tu soledad sólo anhelabas
continuar el diálogo cerrado.
Porque era su cabeza en tu almohada
un sueño, tan remoto, tan soñado.

Porque tu alma no era ya tu alma;
porque ella te llamaba, la seguiste.
Porque de lejos, del azul del alba
sembraba rosas para ti, te fuiste.
Volaste hasta alcanzar su mano blanca
por cantarle tu verso, hermoso y triste.

Villafranca de Córdoba, 2008          Ana Vega Burgos



¿Sabes, papaíto? Cuando pensé en abrir este blog para ti lo hice como una ofrenda, un regalo que necesitaba hacerte; ahora me doy cuenta de que el regalo me lo has hecho tú a mí,
porque pasarme horas entre tus libros, buscar imágenes que te hubieran gustado como a mí
-los dos somos un poco ingenuos para las postales, ¿verdad?-
y leerte y releerte, me hace sentirte otra vez a mi lado, me hace admirarte cada día más
como poeta y como hombre,
me hace sentir deseos de compartir con el mundo entero tus versos,
y me devuelve la ilusión que últimamente me parecía perdida entre esta vieja casa llena de goteras,
y el paro, y las decepciones, y mi niña lejos de mí ya, en su propio nido, 
y el tiempo que pasa sin detenerse, y la tristeza de no poder volver atrás...

Como siempre, papi mío, eres tú el que me hace los regalos más desinteresados, 
el que era feliz por hacernos felices,
el mejor padre del mundo, el hombre irrepetible,
el regalo que Dios hizo a todos los que te conocimos,
Vega, el que no conocía el rencor,
EL POETA DE LA PAZ.

Te quiero.
Os quiero.






4 comentarios:

  1. Me has emocionado, Jana. ¡qué maravillosa entrada!. Si tuviera que hablar, ahora, no podría. Tengo un nudo en la garganta.
    Posees una exquisita sensibilidad, escribes muy bien, transmites, y también eres poeta. Hija de tu padre, no hay duda.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Ea, pues ya me has hecho llorar. Y he empezado prontito, cuando recuerdas lo de "Papá, come ya, que se te va a helar la comida...". Porque me ha venido el flash de los tres sentados, él hablando, y tú le decías eso y era gastar saliva, porque daba igual, él quería seguir contando lo que ya nos había contado pero no se acordaba, o no le importaba. Y tú y yo mirándonos con la sonrisa de "A ver, hija, que se le va a hacer..."
    Cuántos recuerdos y cuanto tiempo perdí yo con la adolescencia en irme por ahí y escribir mis diarios en vez de escuchar a mi abuelo, y ahí queda esa espinita que por lo que se ve nos queda a todos los nietos... Ley de vida. Pero mi abuelo era, con menos, un abuelo de los muy muy interesantes.
    Un beso y la entrada no la podías haber hecho mejor. Y tu poesía es preciosa de verdad. Te quiero GBLR.

    ResponderEliminar
  3. Ptincesita o demonio, gatita mía, no quería hacerte llorar pero esas lágrimas no son dañinas, ¿verdad? Y recuerda que sí escuchaste a tu abuelo, y lo que nos reíamos a veces con él, y del modo en que él te quería, fuiste su alegría y eso tiene que ser un orgullo para ti. Y, bueno, escribir, aunque fuera en diarios, era porque la semilla ya la llevas, imposible que las ramitas no salgan escritoras con el tronco que tuvimos. Me da mucha alegría que mires de vez en cuando el blog de tu abuelo, ya sé que ahora andas fatal de tiempo pero en esos momentillos de aburrimiento pásate y lee alguna de sus poesías, aunque las conozcas casi todas siempre me sorprendo. Te quiero, GBLR.

    ResponderEliminar
  4. Elsa, me alegro de que te hayas pasado por esta entrada, ya va quedando atrás y me da pena porque en ella no pongo sólo sus poemas sino que hablo de él, tal como era (a veces, en los últimos años) Quizá me anime a contar algunas anécdotas suyas, al fin y al cabo cuando empecé este blog pensaba que sería un "blog fantasma", que no lo iba a leer casi nadie, y no debo desviarme porque ahora tenga más seguidores, bueno, cuatro por ahora, pero creo que más gente se pasará porque estoy hablando de él en algunos blogs. Es un homenaje a mi padre, un regalo para él, y debo centrarme en lo que a él le gustaría. ¡Y contar anécdotas le gustaba un rato!
    Besos, Elsa. Y gracias por tus palabras.

    ResponderEliminar