ELEGÍA PARA MI HERMANA MARI
(junto a su tumba)
Hasta el rincón remoto de tu olvido.
Hasta ese solitario
rincón donde quedaron para siempre
tus hermosas quimeras de ángeles y de dioses...
Hasta tu extraña cama
de mármol y silencios,
hemos venido, ¡seguros de no verte!
¡Seguros de no verte
porque tú no eres lluvia ni camino,
ni la estrella remota,
ni el sol, ni la palabra impronunciada,
ni esa nube insegura que se esconde
más allá de las fértiles montañas!
¡Sé que no estás aquí! Ni aquí ni allí.
No eres "polvo que vuelve al polvo", ni eres
torpe tierra infecunda y malograda.
¡Eres Luz! Luz en las menguadas sendas
de los vagos recuerdos
y de la estrella vaga...
Flor de luz en jardines melancólicos
y en el claror del alba...
Eco de mudos ecos
en el extraño triunfo de tu marcha
a través de senderos imposibles
en los grises de tu última alborada...
Dulce luz en los astros,
pálida y solitaria,
sin nada que evocar en tu memoria,
¡sin nada que añorar en tus nostalgias!
-(¡Luz para iluminar eternidades
en noches sin "mañanas"!)-
Y por ser luz... Porque eras luz que el cielo
buscaba y rebuscaba,
no pudimos tenerte
aquí,
entre nosotros,
junto a cosas sin alma...
¡Te has ido...! Polvo entre el polvo brilla
con luz tornasolada
en un sueño de alondras abatidas
en las rutas del alba...
No eres piedra,
ni tiempo,
ni flor,
ni aire,
ni agua...
No eres voz,
luz,
silencio...
¡No eres
nada...!
Una estrella más que entre las estrellas
eternamente vaga...
¡Surco de luz para enterrar auroras
donde florezca el alma!
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