I
El labrador retiene entre sus dedos
un grano,
grana y oro.
Un minúsculo grano en donde está
la ciencia y la esencia de la vida.
El labrador lo tiene entre sus manos.
Lo mira.
Lo remira.
Lo vuelve. Lo revuelve, y lo quisiera
para el troj singular de su utopía.
El labrador cortó un grano de trigo
del tallo
de una espiga.
Un minúsculo grano en donde está
el trepidar eterno de la vida.
II
¿Qué extraño poder encierra
su infinita pequeñez?
¿Cómo es que en tal sencillez
está el sino de la Tierra?
El campesino lo aferra
con expresión dolorida
y -la mirada perdida
en lejanas lontananzas-
exclama con añoranza:
-¡Tú eres la cruz de mi vida!
En un mundo tan pequeño
hay un mundo de ansiedades:
peligrosas sequedades,
lluvia a destiempo... Un sueño
de afanes, y un loco empeño
sin meta determinada.
(Que ese grano, que no es nada,
es nuestra esperanza plena).
Y el hombre exclama con pena:
-¡Tú eres mi cruz más pesada!
Sueña... le habla... ¡le porfía!
Que algo tan breve y profundo
resume el poder del mundo:
¡es el pan de cada día!
La besana es la alegría
de una ilusión soterrada
y una esperanza plantada
en medio del corazón.
Dice el hombre con razón:
-¡Tú eres mi cruz más amada!
Tú eres la cruz de mi vida.
Tú eres la cruz más pesada.
Tú eres la cruz más amada...
¡porque eres cruz bendecida!
III
"¡Comed...! Éste es mi cuerpo". Y dejó
para siempre bendito al pan., Las manos
de Cristo fueron cálices tempranos.
"¡Hacedlo en mi memoria!", repitió.
Miró a sus seguidores. Y habló. Y dijo:
"Amaos siempre como hermanos.
Y yo, pan. ¡Vino y pan de los humanos!
Su eterna compañía"... Y se quedó.
Se quedó para siempre, vino y pan,
en las besanas de la tierra impía
donde nuevas semillas brotarán.
Sembrador del amor y la alegría.
¡Labrador de la tierra y del afán!:
danos Tú siempre... ¡el pan de cada día!
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