Cristóbal Vega Álvarez nació poeta y murió poeta. Yo, Jana la de la niebla (Ana Vega Burgos en el mundo real), su hija, siento que lo más íntimo que puedo hacer por él, para darle una alegría donde quiera que esté, es ir poniendo en este blog, poco a poco, los incontables poemas que fueron el sentido y la justificación de su vida, lo que le hizo vivir hasta los noventa y cuatro años con el alma llena de ilusiones.
Escribir era el estímulo que le impulsaba, la campana que repicaba sobre su corazón para hacerlo latir. Escribir lo salvó de la locura de más de veinte años en prisión, de la desesperanza de perder a su amada, mi madre, Antonia Burgos Béjar, "la escritora campesina" de Villafranca de Córdoba. También hablaré de ella en estas páginas e insertaré algunos escritos suyos; en fin, mi intención es que vuele en estas ondas su recuerdo hasta el fin de los tiempos, hasta que todos volvamos a encontrarnos, como ellos decían, tras la orilla infinita.

miércoles, 8 de junio de 2011

PEQUEÑA BIOGRAFÍA

   No voy a esperar más. Es una entrada larga (casi cinco folios) y por eso dudaba en ponerla. Pero cuando abrí este blog lo hice para ti, papá, y creo que esta "biografía" que escribí sobre ti cuando te hicieron aquí, en Villafranca, ese Homenaje que, como todos, llegó tarde, aunque no dice ni una décima parte de tu vida, sí fue lo que yo imaginaba que interesaría a mis paisanos, a la gente de Villafranca que no te vio nacer pero supieron de tu romántica historia con mamá, Antonia Burgos, "la campesina escritora" del pueblo, y que sí te vieron en tus últimos años, primero triste pero derecho, erguido, a pesar de tus años, y después, poco a poco doblándote, como un roble abatido por el temporal, mirando al suelo porque ya no te fiabas de dónde ponías los pies, despacito, cada vez más despacito, sin aceptar el uso del bastón que yo te suplicaba, hasta que ya tuviste que acatarlo, y venías apoyado en aquel bastoncito que ahora tengo aquí, a la entrada, junto al paraguas de mamá, como recordándonos que ésta será siempre vuestra casa.
   No me extiendo más, papá. Ahí va lo que escribí sobre ti y que leyó Anais para todos nuestros paisanos; tu hija, tu nieta y los amigos de La Ventana Cultural que te ofrecieron el Homenaje. Espero que, desde la otra orilla, lo vierais juntos, con las manos cogidas, como siempre.

     En Villafranca, a 18 de abril de 2009


   
   Hablar de Cristóbal Vega no es muy difícil. Todos lo conocían en el pueblo. En los últimos tiempos, tan vencido, con la cabeza inclinada y las piernas torpes, con el bastón al que odiaba y del que procuraba olvidarse en todos los sitios adonde iba, porque no quería admitir -no lo creía- que le fuera necesario.
   Los que lo conocían "de siempre" le llamaban Vega. Hasta su madre y sus hermanos, hasta su mujer, su adorada Antoñita ("la de las fotos") -(porque había sido la fotógrafa de Villafranca durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta)-  le decían cariñosamente "Veguita". Y los que vivisteis su romance con Antoñita, cortado por la muerte pero nunca acabado, sí debéis recordar al Vega que era, que fue, y que en su mente nunca dejó de ser.
   Vega está intrínsecamente ligado a Villafranca por amor, que era el sentimiento que gobernó su vida desde niño. Había nacido en El Cuervo, entre Sevilla y Jerez, en la estación de ferrocarril donde vivió su infancia.
   Nació en 1914, en el año en que estalló la Primera Guerra Mundial. A él le gustaba decir:

Nací en un día cualquiera
de un año belicoso.
Fue mi amor a lo hermoso
mi vocación primera...


   Y siempre fue así, siempre su vida fue guiada por su amor a lo hermoso, a la paz, a la armonía, a la hermandad entre los hombres.
   Con nueve años empezó a trabajar ayudando al telegrafista de la estación hasta que aprendió el alfabeto Morse. Su ilusión era enrolarse como telegrafista en la Marina para viajar, conocer gentes y lugares distintos, sin meta, como el bohemio que siempre fue.
   Pero no era ése su destino.
   A la vez que aprendía, se ganaba un extra rellenando las hojas de llegadas y salidas de los paquetes postales; cultivó una caligrafía preciosa, cuidadísima, y tan excepcional que todos le pedían que fuera él el que escribiera lo que hiciera falta en la estación. Él me contaba, muy orgulloso, que esos ahorrillos los metía en una caja de lata, y los tenía escondidos en un depósito de agua, atada la caja a un corcho y sobre él un barquito de papel (los hacía preciosos), hasta que reunió lo suficiente para hacerle un regalo a su madre.
   Y ya siguió escribiendo. Escribía poemas, claro, porque era poeta desde que nació, pero también escribía contra todo lo que le parecía injusto. Su forma de luchar era con aquellos artículos que desde los dieciséis años empezó a publicar en un periódico de Jerez. Enseguida se abrió paso en la Redacción de aquél periódico, que se llamaba Ráfagas. Y como no le gustaban los políticos, ni la manera en que se llevaban las cosas, no tardó en señalarse. Casi todas las semanas lo llevaban ante el juez por meterse con el alcalde, el gobernador o cualquiera que hiciera algo que a él le pareciese un abuso. Y lo metían un par de días en la cárcel, en la que había sólo dos o tres celdas.
   Enseguida se hizo amigo del carcelero, y como era tan bromista, y a cada momento estaba encerrado, se llevó una máquina de escribir y unos cuantos libros a la celda, y le decía, al salir: "no vayáis a tirar esto, que la semana que viene me tenéis aquí otra vez". Y así era, en efecto, pero él se reía de todo y seguía con su lucha.
   Así vivió hasta que estalló la guerra. Para entonces tenía solamente veintidós años. No había hecho la mili -no la hizo nunca-, así que lo declararon prófugo. Él no creía en el ejército, ni en nada que fomentara la violencia. Decía siempre que el mundo podía arreglarse "con palabras". Creía que el Hombre era bueno por naturaleza, y que si se conseguía llegar al corazón de cada ser humano no habría guerras, ni abusos, ni miserias en el mundo. No luchó en la guerra, pero fue constantemente perseguido por sus ideales anarquistas.
   Para Vega, la anarquía era el sistema ideal,en el que no existiría el dinero, y estaba convencido de que si

el dinero no existiera ya no podría haber  robos ni abusos de poder. Cada hombre y cada mujer harían su trabajo y todos podrían obtener, a cambio, lo que necesitasen: el panadero daba su pan, el zapatero arreglaba los zapatos, el médico curaba... y cada uno ponía de buena voluntad lo que mejor supiera hacer. Como creía en la innata bondad del Hombre, le parecía muy sencillo arreglar el mundo de esa manera.
   Durante algún tiempo, incluso, él mismo vivió así: iba en bicicleta por los cortijos dando clase a los hijos de los trabajadores, a cambio del desayuno en un sitio, la comida en otro, el lavado y planchado de ropa en un tercero... y, claro, por su forma de ser y de actuar todos le querían, y cuando tuvo que esconderse durante la guerra hubo cien manos tendidas para ayudarle.
   En la Segunda Guerra Mundial se fue a Francia. a los "maquis". Y fue entonces cuando le detuvieron definitivamente, una de las veces que cruzó la frontera con el fin de animar a los compañeros españoles a que se unieran a los "maquis" en su lucha contra Hitler. Lo llevaron a la cárcel de Ávila y ya no salió de la prisión hasta la Navidad del año sesenta y tres.
   Pero en la cárcel tampoco se quedó cruzado de brazos. A pesar de que lo condenaron a un montón de años -sumando unos poquitos de aquí, otros de allí y otros de allá- incluso dentro de la prisión se las arregló para escribir otro periódico, con algunos amigos también intelectuales, y lo sacaban de allí metiendo las hojas manuscritas en los palos huecos de unas escobas que fabricaban en la cárcel. Pero los pillaron, y eso sumó una condena de ocho años más a las muchas que ya tenía.
   No es que le diera igual: él sufría, y volcaba su dolor y sus decepciones en sus poemas; también estos poemas salían ocultos de "allí", y de mil maneras traspasaban las fronteras y se publicaban en Francia y en América del Sur. Estos poemas generaron un movimiento a favor de Vega en el que intelectuales de izquierdas del mundo entero encabezaron una campaña a favor de su libertad. Albert Camus (Premio Nobel en1957) fue uno de los que más luchó a su favor, pero también esa lucha fue contraproducente porque más ahínco pusieron las autoridades de la época en mantenerlo encerrado.

   Estando en la cárcel, Vega empezó a escribir novelas del Oeste, del FBI y de Rurales de Texas. Con lo que ganaba con ellas pagaba al abogado, pero cada vez le denegaban el indulto. Eran decepciones terribles que le hundían en una melancolía tremenda.
   Pero se sobreponía vez tras vez, y volvía a la carga.
   Pronto lo trasladaron al penal del Puerto de Santa María.
   Allí estaba cerca de su familia, que vivían en Jerez, Sevilla y Utrera. Cuando llegó al penal observó que los presos no hacían nada, no tenían otra distracción que jugar a las cartas y poco más. Se le ocurrió proponer la organización de unos talleres en los que se pudieran manufacturar objetos para vender: maletas, alfombras de palma, etc. Lo habló con el director de la prisión, y aunque éste no creía que aquello fuera a funcionar, pues no era fácil motivar a los presos, le dio carta blanca, si quería, para intentarlo por su cuenta. Y Vega no se amilanó: antes que nada organizó varias charlas en las que explicó todo lo que se podría hacer: el trabajo redimía las penas, legalmente, así que por cada día de trabajo se acortaba la condena. Además, cada sábado por la mañana los hombres cobrarían lo que correspondiera a cada uno. Él se comprometió personalmente a encargarse de llevar escrupulosamente cada cuenta para que no hubiera atrasos ni decepciones. Y luego, haría lo posible para que aquel trabajo pudiera contabilizar como días cotizados para la Seguridad Social. Fue un esfuerzo hercúleo. 
   Pero el día que se abrieron las inscripciones ¡había más de mil solicitudes! Y los talleres funcionaron a las mil maravillas. De hecho, en los años ochenta, ya después de más de quince años de haber salido en libertad, hubo unas charlas penitenciarias y Vega fue invitado a exponer allí toda la organización de los talleres, y el empuje tan novedoso que fue aquello para los presos.
   En el año cincuenta y cuatro, en uno de los muchos periódicos que sus hermanas le llevaban para distraerlo, leyó un artículo que sería el motor del resto de su vida. Estaba firmado por Luís Cabanillas, y hablaba sobre "la Campesina Escritora de Villafranca".
   Era Antonia Burgos, Antoñita siempre para él. Contaba cómo aquella muchacha había aprendido a leer sola, en los tebeos; cómo, a los veinte años, había empezado a escribir novelas, animada en todo momento por su madre, Frasquita, "la zapatera", una lectora infatigable. Hablaba de lo bien que se expresaba y lo amena que era la lectura de sus obras, pese a no tener ni idea de gramática ni de ortografía. Y Vega, tan quijotesco siempre, se apresuró a averiguar sus señas y enseguida le escribió, ofreciéndose a darle clases "por correspondencia" de sintaxis y de todo cuanto necesitara.
   Poco a poco fueron abriéndose sus corazones, y antes de dos años ya aceptaron "tener relaciones". Un noviazgo totalmente atípico, sin una mirada ni una caricia física, todo directo de alma a alma. Seguramente por eso se compenetraron tanto. Él tenía sobre sus hombros una condena de varios años; ella siempre se había negado al matrimonio porque su ilusión era escribir y escribir. No se engañaron en sus cartas; además, los dos eran íntegros, enemigos de la mentira y los subterfugios. Su amor fue creciendo como una planta al aire y al sol, sin trabas.
   Mientras tanto, Vega cayó enfermo con una pleuritis. Lo tuvieron largo tiempo en la enfermería del penal, incluso cuando ya él insistía en que estaba bien y se aburría sin su trabajo. Para distraerse, se dedicó a ordenar los medicamentos, los botiquines, las hojas de ingreso, todo lo que ponían a su alcance. Y cuando el médico titular vio aquello, le pidió que continuara allí, ayudándole. Estudió a su lado hasta hacerse practicante, aunque no consiguió el título para ejercer fuera del penal porque para dárselo le exigían que fuera hasta Madrid a examinarse, y tendría que hacer todo el trayecto esposado. Y no quiso. Pero, ya que los talleres marchaban estupendamente, Vega continuó trabajando en la Enfermería hasta el último día que permaneció en prisión.
   Lo que son los pueblos: como en las fotos que él mandaba a Antoñita siempre aparecía sentado, alguna amiga de ella dio en decir que debía ser porque estaba cojo o impedido. Claro que a Antoñita eso, ya puestos, le daba igual, pero es un hecho a constatar, y ella lo contaba después, muerta de risa.
  (Perdón: esto fue un tirito que no pude reprimir a la maledicencia de los pueblos y a lo fácil que es calumniar, en lo que sea, basándose en algo tan inocente como una foto)
   Y así fueron pasando los años hasta diciembre de 1963. Fue el día de la lotería de Navidad: ella estaba barriendo la puerta cuando llegó el telegrama. Sólo decía: "Estoy en casa. Abrazos. Vega". Y ella contaba que sólo pudo repetir, una y otra vez: "Bendito sea el Señor, bendito sea el Señor..."


  El diecisiete de enero Vega vino a conocer a Antoñita. Toda Villafranca estaba en efervescencia: era un noviazgo tan romántico e intrigante como una novela por entregas. Ya se querían, pero al verse se enamoraron completamente y para siempre. Se casaron el veintinueve de abril, en la ermita de la Virgen de los Remedios, la Virgencita a la que tanto había rogado ella por la libertad de él. Fue un miércoles, y el camino de la ermita estaba de bote en bote. No hubo banquete de bodas (los novios eran muy pobres) pero los villafranqueños, con su generosidad, los inundaron de sobrecitos con la "enhorabuena". Y el viaje de novios fue, según contaban los dos, la coronación de una cúspide, la culminación de su Amor, con mayúsculas.
   Antoñita era "la de las fotos", la fotógrafa del pueblo desde que estudiara fotografía por correspondencia, precisamente por consejo de Vega. Con lo que podía ganar con eso, las novelas que él escribía religiosamente cada mes y la ayuda de Antonio (el Cabo Paliza) y de Frasquita, los padres de ella, salían adelante. Pasaban apuros, pero no les importaba carecer de mil cosas: ellos eran felices con sus paseos por la carretera de Adamuz y sus excursiones al Calvario y a la hacita; su mayor ilusión, desde que se casaron, era tener una hijita, y Dios les concedió esa gracia, les dio la niña que tanto deseaban.
   Intentaron muchas cosas para ganarse la vida un poco más holgadamente. Vega habló con una gestoría de Córdoba para encargarse de las licencias de armas, del papeleo para los que emigraban al extranjero en busca de trabajo... Iba andando a El Carpio, Alcolea y Pedro Abad para gestionar todo lo que le pidieran, hasta que consiguió una destartalada bicicleta. 
   Contaba Vega que el cabo de la Guardia Civil le decía: "Vega, va usted a mandarme medio pueblo fuera de España... y al que no lo manda fuera, me lo arma con una escopeta".
   Pero ni por esas.
   Con una hija, y con cincuenta y dos años, era acuciante la necesidad de forjarse un futuro, una seguridad económica. Ya no podía ser el "contigo pan y cebolla". Y Vega tuvo que irse lejos, a Calella, y dejar a sus seres más queridos en Villafranca.
   Hasta que le surgió la oportunidad: convocaron oposiciones para las fábricas de Cementos del Sur (después Asland y ahora, Lafarge) y se presentó a ellas. Sacó uno de los primeros números, y así se fueron a vivir a Niebla. Ya Antonio -el Cabo Paliza- había muerto, y Frasquita no sabía vivir sin él. También ellos se querían por encima de todo. Dejaron la casita de Villafranca, tan querida, el pueblo, el río Guadalquivir, la haza... y a fabricarse una vida en otro lugar, con otra gente.
   
   En Niebla estuvieron doce años. También allí hicieron amigos, en todas partes Vega y Antoñita se hacían querer por su bondad y su, digamos, inocencia, por buscar lo bueno de cada persona, el fondo, nunca la forma ni mucho menos la condición social. Se abrieron camino, y viviendo con lo justo ahorraron para comprarse el pisito de Córdoba para el día -cercano- de la jubilación.
   Fueron jóvenes siempre: jóvenes de corazón. Vega dejó por fin las novelas y pudo dedicarse a la poesía, que era lo suyo. Antoñita se sintió la mujer más feliz del mundo cuando su novela "Loto y yo" fue publicada y además reeditada. Años después publicó, en la colección Arcadia de Ediciones Ceres tres novelas más: "Ébano y Gasa", "Como la misma Tierra" y "Mi Taxista Particular". Era una mujer que, aunque con ideas firmes y fuertes convicciones, sabía abrir su mente y ser tolerante, y por tanto evolucionó con los tiempos sin dificultad, siempre poniendo ante todo la integridad y una ética no aprendida de memoria, sino razonada de principio a fin. Era una villafranqueña de la que todo el pueblo puede sentirse verdaderamente orgulloso. Ganó un certamen de poesía en la década de los ochenta, publicó las novela ya mencionadas y siempre pasó por la vida con una idea muy clara y muy firme: cumplir con su deber, antes que nada, y consolar a todo el que necesitara consuelo, a poder ser, mejor con hechos que con palabras. Tenía una desarrollada conciencia social y pese a su siempre por ella lamentada falta de instrucción, consiguió a fuerza de leer y de esforzarse en todo una cultura que hoy no la consiguen ni siquiera nuestros universitarios.
   Los dos fueron autodidactas, pero en sus mentes no hubo lugar para la malicia, por mucho que aprendieran.
   Cuando Vega se jubiló, ya se quedaron a vivir en Córdoba. Aquellos años fueron como una nueva vida, estaban juntos, charlaban durante horas, escribían los dos, publicaban (fue la época de las novelas de Arcadia), hubo premios de poesía y narrativa, viajes, charlas, el homenaje a Sánchez Rosa en Grazalema, del que se encargaron casi totalmente, incluyendo buscar al escultor que hizo el busto, y luego llevarlo ¡en tren!, salvando mil y una peripecias...
   Y después... la tristeza, el fin que siempre llega, la enfermedad de ella, la separación inevitable. Vega se refugió en sus escritos para seguir viviendo, pero ya aquello no era vivir. Siempre la tenía en el pensamiento, nunca, ni en sus últimos días, dejó de "hablar" con ella. Él decía que ella le contestaba. Nunca lo sabremos, pero si el Amor es más fuerte que la Muerte, no hay por qué dudarlo.


   Obtuvo más premios en distintos certámenes. Publicó muchos libros de poemas después de la muerte de Antoñita. Pero... ¡qué le importaban! Ella no estaba para compartir su gloria. "Te fuiste, y se fue todo...", decía él.
   El Vega que vivió en Villafranca los últimos años no era ni una sombra de sí mismo. En los últimos meses, ya ni siquiera él se reconocía. Sólo anhelaba reunirse con ella, su eterna musa.
   No hay que llorarle. Por fin, a los noventa y cuatro años, consiguió su sueño:

¡Ay, quién pudiera (con mi voz proscrita)
portar mi corazón enamorado
hasta la blanca estrella donde habita...!


5 comentarios:

  1. Un excelente poeta, mi abuelo Marcos Alcón Selma ( de México) lo apreciaba mucho.
    Ambos deben estar platicando sus vivencias de la guerra, dentro de todo lo que pasaron eran unos grandes hombres.

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  2. Y además una gran persona, un abrazo para su hija, a Cristobal lo recordaré siempre con cariño y admiració.

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  3. Buenos días Jana / Ana. Me llamo Aurore, y hago una tesis en Francia sobre los poetas encarcelados bajo el franquismo. Me emociona mucho descubrir a tu padre, Cristobal Vega, porque no lo conocía hasta que busqué información sobre Juan Francisco Abad (al escribir un artículo sobre los poetas de Redención), que fue amigo suyo y le dedicó, parece, un poema para Ruta de estrellas en 1950. Es apasionante su vida y su trayectoria poética. Me gustaría mucho saber más de estos dos poetas, si me pudieras ayudar, te lo agradecería. No sé cómo escribirte en privado, pero me puedes encontrar en el facebook fácilmente (Aurore Ducellier). Espero conocerte de verdad un día, además mi novio es sevillano y mi suegro vive allí, seguro que un día coincidimos. Un saludo.

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    1. Aurore, estaré encantada de echarte una mano en todo lo que necesites, a Juan Francisco Abad le conocí también y lo quería mucho, era un hombre sencillo y buenísimo, encantador. No tengo Facebook pero mi correo es éste: anavegaburgos@hotmail.com, espero que pases por aquí y lo veas.
      Ya sabes, guapa, cuando quieras.

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  4. A nombre de Chicome editorial, quisieramos extenderle una atenta invitación para publicar su poema "Armas del futuro". El cual formará parte de un trabajo de varios poemas iberoamericanos.

    sin más por el momento, ponemos a su disposición el siguiente correo: edcontrejaen@gmail.com para que nos pueda contactar.

    Gracias y estamos a la espera de su respuesta.

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